[The Deep Blue Sea, 2011, Terence Davies]
Si se puede filmar hoy en día una
película de amor perfecta, "The Deep Blue Sea" está muy cerca de serlo.
O tal vez lo sea. Es imposible no rendirse a ella, no dejarse seducir por todos
y cada uno de los recursos que utiliza Terence Davis para insuflar vida a un
romance vibrante, envolvente y casi mágico por cómo llegamos a vivirlo.
Una de las genialidades de “The Deep
Blue Sea”, y motivo por el cual es una película que por fuerza tiene que gustar
incluso al cinéfilo más conservador, es su influjo clasicista. Basta con tener
presente que es una adaptación de una obra de teatro de Terence Rattigan (que
también escribió "Mesas separadas", por ejemplo). Es decir, un
material un tanto arriesgado, del que podría salir desde un dramón folletinesco
hasta una obra maestra. Es difícil, pero Davies consigue que su filme caiga del
lado de esto último, y lo hace magnificando las virtudes del guión con una
puesta en escena de ensueño, que rehúye la espectacularidad o el diseño de
producción fastuoso y recargado, y penetra directamente en nuestra piel.
Por varios motivos, “The Deep Blue
Sea” recuerda a un gran pilar por excelencia de los romances clásicos: "Breve
encuentro". La cinta de Lean y la de Davies poseen parecida sensibilidad,
sutileza y emociones contenidas. Versan sobre el mismo tema, una relación
adúltera (aunque "Breve encuentro" se quede de hecho a las puertas),
y utilizan recursos narrativos similares. Incluso Rachel Weisz, deslumbrante, y
Tom Hiddleston evocan a ratos a Celia Johnson y Trevor Howard. En ese sentido,
considero que "The Deep Blue Sea" es deudora clara de "Breve
encuentro", ambas intimistas producciones británicas de guiones basados en
trabajos de sendos dramaturgos británicos (Rattigan y Noel Coward). Pero de
algún modo "The Deep Blue Sea" evoluciona respecto a la película de
Lean: (1) tiene un aura de fantasía y de cuento que nos hace levitar por ella
como si estuviéramos en una especie de trance, y al mismo tiempo (2) es más abierta,
dolorosa, tangible y real.
Inglaterra, años 50. Hester Collyer es
una mujer joven casada con un honorable juez, mayor que ella, que tiene un
apasionado affaire con Freddie, enérgico ex piloto de la RAF. Pero un intento
frustrado de suicidio conduce a la ruptura de su relación. Nada más comenzar suena
la voz en off de ella pronunciando las líneas que le va a dejar escritas a
Freddie antes de tomarse la sobredosis de pastillas. Los créditos iniciales,
sobre un telón de fondo azul y un tanto neblinoso, y la primera imagen de la
película, un largo y delicado travelling sobre la casa que nos conduce hasta la
ventana de Hester, comienzan a describir el estilo visual de la misma. Hester
es rescatada por una vecina, y durante la primera media hora la acción no
avanza sino que se entrelazan diferentes flashbacks que muestran el desarrollo
de la historia previa: retazos de su vida con su marido, cómo conoció a
Freddie, cómo se descubrió su affaire y cómo la pareja alquiló el apartamento
donde ahora ha intentado matarse. Especialmente en esta parte Terence Davies se
luce en lo referente al punto (1) y demuestra ser un mago prodigioso aun
recurriendo a un elemento un tanto banal y aparentemente tan poco moderno en
una película de amor como un estridente concierto de violines de Samuel Barber.
El montaje, con sus dulces fundidos y transiciones (como otro magistral
travelling cenital que fusiona una imagen de Freddie y Hester abrazados en la
cama con otra de ella yaciendo moribunda tras el intento de suicido), y el
control de los tiempos es excelente. Un ejemplo: Hester y una amiga están en un
bar y Freddie y otro colega representan ante ellas de modo muy infantil unos
sketches de la guerra. Freddie y la amiga llevan la voz cantante y Hester
observa tímidamente y con curiosidad, es imposible decir si en ese momento ya
se conocen. Repentinamente la escena siguiente muestra a la pareja fuera del
bar, ella dice impetuosamente I love you
so much y se besan. Cada imagen de la película, discreta y muy correctamente
ambientada en la Inglaterra de posguerra, es como una pequeña y hermosa
acuarela, de tonos tierra, rojizos, ocres, con reconfortante sabor añejo. La
iluminación difusa, neblinosa y resplandeciente provoca un cálido torrente de
sensaciones que sume al espectador en un microuniverso irreal. Más avanzado el
filme tiene lugar un último flashback que es el culmen de esta dualidad de
realismo/irrealidad: tras una brutal discusión con Freddie, Hester vuelve a
casa sola y baja a las desiertas vías del metro, pensando seguramente en
arrojarse a ellas. Mientras observa la boca del túnel, se produce un maravilloso
salto en el tiempo y sin cambiar de toma la estación se convierte en el refugio
donde docenas de ciudadanos (incluidos Hester y su marido) se protegen de los bombardeos durante la guerra. De
nuevo un travelling de dos minutos y medio recorre el andén plagado de gente
inmóvil que escucha las explosiones coreando la melancólica canción Molly Malone.
Pero no por toda esta exquisitez
estética hay que olvidar el otro gran valor de la película, (2) su retrato
fugaz, pero crudo, poético y naturalista, de la ruptura amorosa. No es en
absoluto un análisis psicológico, sino sentimientos a flor de piel. El intento
de suicidio de Hester y la consecuente disputa de la pareja es la excusa para
el grand finale que supone la partida
de Freddie, el fin de una bella e intensísima relación. La conversación de ascensor
que oculta tantísimas cosas que ya no toca decir, la vida entera que desfila ante
los ojos, los silencios y las formalidades, esa tristeza suprema e impotente. En
ninguna otra película recuerdo una escena similar que me haya tocado tan hondo,
que me haya parecido tan honesta y auténtica, que me haya hecho revivir cosas
que he experimentado y sentido, y que todas las personas enamoradas que han
atravesado alguna vez momentos así van a reconocer.
Lamentablemente, "The Deep Blue
Sea", que pudo verse en el Festival Internacional de Cinema d'Autor de
Barcelona (y meses atrás en el Zinemaldia de San Sebastián), está teniendo una
distribución muy limitada en todo el mundo y por ahora ni siquiera existen
subtítulos en condiciones, pero apúntense todos este título para cuando tengan
ocasión. Una película totalmente embriagadora, de las mejores de los últimos
años.
Hi Madison,
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Regards