[Cosmopolis,
2012, David Cronenberg]
Me imagino perfectamente contemplar y
vivir "Cosmopolis" en el escenario de un teatro. Sería el medio
idóneo para representar el paseo por el inframundo del joven multimillonario
Eric Packer, las hipnotizantes y sedantes luces de su limusina, los
microespacios en los que se representa su pesadillesco viaje y los turbadores
toques de surrealismo que lo decoran. Aunque Don DeLillo también ha escrito
teatro, su obra homónima en la que se basa la flamante y extraordinaria última
película de David Cronenberg es una novela. Pero el cineasta canadiense, resucitado
de la mejor y más oscura manera posible, atina a la perfección con la puesta en
escena de este terrorífico y visionario relato.
Creo que
“Cosmopolis” es un filme superlativo porque va a ser inmortal. "Observa el
futuro”, reza el eslogan del póster en Polonia, donde ya se ha estrenado. La
frase parece un poco barata, pero está clavada. "Cosmopolis" habla
del ahora, pero es premonitoria, es una escalofriante e inteligentísima
descripción de un tiempo que ya estamos viviendo sin ser conscientes de ello ni
de cómo se agravará. Cronenberg se pone unas gafas de visión nocturna y desnuda
la realidad contemporánea a través del personaje de Eric.
Salí del
cine muy aturdido por la cantidad de sensaciones que me había provocado. Entre
otras cosas, las conexiones con otras películas que inconscientemente
establecí. "Cosmopolis" tiene en común con "El tiempo del
lobo" de Michael Haneke, en cuanto a catastrofista y apocalíptica. Ambas
hablan de destrucción, aunque llegan a ella por procedimientos distintos.
Haneke lo hace a través de un retroceso, y Cronenberg a través del
ultraprogreso. En "El tiempo del lobo” hay más fantasía, pero
"Cosmopolis" es atronadoramente real. Asimismo, su estructura
episódica me hizo pensar en "Los límites del control" de Jim
Jarmusch, filme enigmático también narrado a través de un viaje y con
referencias al éxtasis capitalista. Finalmente, su atmósfera decadente y
futurista, la música, sus ambientes urbanos y gadgets que van desde los coches
hasta las pistolas me remitieron inevitablemente a “Blade Runner”. Pero hay un
parecido más importante que ese, y es que “Cosmopolis” podría ser una especie
de relevo del clásico de Ridley Scott. En “Blade Runner” había robots y coches
aéreos, en “Cosmopolis” no, pero pronto podría haberlos. Cronenberg regresa a
su terreno por excelencia, la ciencia-ficción (con dosis de terror), aunque sea
una ci-fi tan cercana a nosotros en espacio y en tiempo que no lo parezca. Como
lo fue “Blade Runner” en su día, "Cosmopolis" es un paso más allá en
un género que comienza a fusionarse con el presente.
Me resulta
difícil no resaltar algo de la película. La puesta en escena es hermosísima,
comenzando por su primer acto que transcurre en el interior de la limusina en
la que Eric se desplaza de un extremo a otro de la ciudad para ir al peluquero.
El vehículo está blindado literal y metafóricamente: su lujoso interior, sus
sillones de cuero, sus pantallas táctiles y su profuso minibar son el propio
Eric Packer. En esa cáscara de huevo recibe a gente pintoresca, asesores, colaboradores,
amantes, colegas, a su esposa y al doctor que cada día le hace una revisión médica. El
tratamiento del sonido es soberbio, no hay música más que en momentos muy
puntuales, cero ruido ambiente excepto cuando se abren las puertas o ventanas
de la limusina. Entonces entra la contaminación exterior y Eric se desgasta un
poco en contacto con ella. El montaje es suave y fluido como la seda, con
delicadas elipsis que no muestran a los personajes entrando y saliendo del
coche, y que hacen de estos encuentros y conversaciones fugaces momentos
vagamente irreales, oníricos, una bizarra composición de espectros fantasmales
que se aparecen tan misteriosa y súbitamente como desaparecen. Este elenco de
secundarios danzantes en torno a Eric está muy bien escogido, así como el telón
de fondo que rodea la plácida travesía de la limusina, que se va tropezando
desde con un multitudinario funeral de un rapero hasta con una manifestación
anarquista que pintarrajea y lanza ratas contra el coche. La morbosa fascinación
de Cronenberg por el cruce entre la carne, los organismos vivos y la tecnología
regresa con mucha clase en “Cosmopolis”, y el cuerpo y la apariencia externa de
Eric van sufriendo una degradación paralela a la de su negocio que se derrumba.
Un in-crescendo de violencia, sexo, anomalías físicas y masoquismo envuelve al
protagonista a lo largo de su viaje y a medida que va desconectándose cada vez
más de su hogar blindado. La banda sonora de base electrónica de Howard Shore y
Metric (que por cierto también recuerda mucho a la mítica de Vangelis) es el
complemento definitivo a la embelesadora y hechizante construcción
cinematográfica de Cronenberg.
¿Qué decir
de los actores? Así como no sobra ninguno de los personajes secundarios,
meticulosa y equilibradamente distribuidos a través de sus emplazamientos y
diálogos, los actores que los encarnan les van como anillo al dedo,
especialmente el gran Matthieu Amalric que supone un punto de inflexión en la
ruta de Eric. Descoloca un poco Juliette Binoche en su rol, pero ella nunca
puede fallar. Pero si alguien sorprende es un inmenso Robert Pattinson, que
sustituyó al candidato previsto Colin Farell. A la velocidad de la luz se
evaporan las dudas que cualquiera pueda tener acerca de su capacidad para
quitarse de un plumazo y triturar su etiqueta de "chico-Crepúsculo" o
de alguna de sus comedietas románticas. Como un orgulloso dios griego, imberbe
y pálido, Pattinson consigue dominar una película enorme que fácilmente podría
haberlo dominado a él, y captura con una memorable interpretación el espíritu y
el trasfondo de excentricidad, nihilismo, locura, delirio capitalista e
insoportable sofisticación tecnológica.
Después de
importantes desbarres, el mejor David Cronenberg ha vuelto. Pero no se trata
del Cronenberg sucio, viscoso y underground
de los 70 y 80, sino de un Cronenberg modernísimo, lúcido y profético. Debo
verla más veces para modular mi euforia y ganar objetividad, pero creo que
“Cosmopolis” va a ser la mejor película del año (pese a que está teniendo seria
competencia) y de entre las mejores de la década. Un verdadero prodigio, una
muestra excelsa de cine contemporáneo.
¡A eso se le llama abrir el apetito!
ResponderEliminarMe da un poco de miedo haberme excedido, pero me ha marcado mucho y ya tengo ganas de verla de nuevo. A España llega en octubre, que nadie la deje pasar
ResponderEliminarOtra criatura pretenciosa del Sr. Cronenberg (por qué no seguir el camino de 'Promesas del Este'?), perdido en sus masturbaciones capitalistas y apocalípticas disfrazadas de vampiros...
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