[Tsumetai nettaigyo, 2010, Sion Sono]
Audiovisualmente estamos sobreacostumbrados a la violencia. Tanto, que se critica a menudo la gratuidad y la superficialidad de su uso en el cine, a través de diferentes manifestaciones. ¿Qué es lo que mejor puede hacernos comprender el verdadero significado de la violencia? ¿Cómo se puede ir más allá del mero exhibicionismo o efectismo, del hecho en sí mismo? O enunciado de otro modo, ¿cuándo la violencia, detestable por sí sola, produce en nosotros el mayor impacto, la mayor incredulidad, el mayor rechazo, el mayor horror?
“Cold Fish” es demoledora, no por su violencia explícita, sino por los puentes que tiende entre esa violencia y características latentes en lo más profundo del ser humano. Por mucho que esta película pueda etiquetarse como psico-thriller, Sono quiere mucho más que contar una historia sobre un asesino en serie (basada en un caso real). El más visceral de los cineastas japoneses contemporáneos sacude al espectador de arriba abajo, haciendo que se pregunte si existe alguno de nosotros que pueda librarse de esa dimensión sádica y destructiva del hombre.
Shamoto, propietario de una pequeña tienda de peces, es un individuo pusilánime con una familia desestructurada que no sabe manejar: una hija adolescente que roba en comercios y una joven mujer, nerviosa e incapaz, con quien ha contraído segundas nupcias. Un día conoce a su opuesto: Murata, un rico, simpatiquísimo y exitoso hombre de negocios que se dedica a lo mismo que él. Enseguida se gana la confianza de todos pretendiendo ayudarles: ofrece trabajo a la chica, consuela a la esposa y convierte a Shamoto en su socio. Todo ello oculta una horrible y repugnante realidad, y es que Murata y su guapa mujer son unos asesinos psicóticos.
Al principio cuesta ver por dónde van los tiros y nos esperamos un psico-thriller más al uso, por lo que nos sorprende la delineación del personaje de Murata, por ejemplo. Interpretado por un genial y delirante Denden, una elección de seguro intencionada, no es un asesino tenebroso, frío, que causa pavor, sino un charlatán divertido, gordito y calvo, perfecto para papeles de comedia y al que nos choca ver en este rol. Murata y su histrionismo acaparan la atención durante gran parte de la película, mientras que Shamoto, aterrorizado cuando descubre la verdad sobre él e incapaz de hacer nada al respecto, pasa desapercibido. Así, el desarrollo de "Cold Fish" es diferente al de otras películas de su mismo género, con las que no conviene compararla. En ese sentido, es un tanto atípica y no tiene demasiado interés; le faltarían un guión con más recovecos o una puesta en escena con más suspense y terror. Pero Sono no es tan artificioso ni tan visual como Takashi Miike (aunque tengan cosas en común), y no le interesa tanto fabricar una historia creíble o que mantenga en tensión al espectador, como preparar el terreno para el golpe de efecto y conclusión final, cuando por fin Shamoto debe enfrentarse a Murata. Y sin duda es un final desolador.
“Cold Fish”, de manera similar a "Funny games" de Haneke, es impactante por la aparente falta de lógica de los hechos que suceden en ella. Un maníaco sádico la toma con un triste y débil hombrecillo al que obliga a participar de sus crímenes; no hay en ningún momento intención alguna de explicar porqués. El contraste entre lo grotesco y desagradable de Murata y lo patético y frágil de Shamoto incrementa nuestra angustia y la lástima que sentimos por el protagonista, arrastrado a un infierno por pura casualidad (posibilidad que por inverosímil que parezca no deja de darnos miedo). Pero lo verdaderamente espeluznante es cómo Shamoto sucumbe y se ve absorbido por la misma perversidad sin sentido, la misma locura acérrima, la misma violencia sin motivo que se ve forzado a contemplar.
Puntuación: 3,5 / 5
Lo mejor: el acercamiento sin el menor tapujo a la violencia más ilógica y a sus consecuencias
Lo peor: es una película dolorosa y no en todo momento fácil de tragar
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