[Amour, 2012, Michael Haneke]
Hacía tiempo que no recordaba tanta
publicidad a una película europea de casta y pedigrí. Es cierto que su director
viene con dos Palmas de Oro bajo el brazo, pero me parece una situación
bastante ridícula y grotesca que la hayan nominado al Oscar a mejor película en
dos categorías diferentes, que ejemplifica una especie de empeño en oxigenar
unos premios y una industria cinematográfica que no tienen por qué fingir nada.
Sea como sea,
lo cierto es que afortunadamente esto no quita ningún valor a la película. De
hecho, para mí es bastante mejor que La
cinta blanca. Sin llegar a ser el Haneke más descarnado de La pianista, El tiempo del lobo, Caché o
Código desconocido, recupera
naturalidad y pierde el simbolismo explícito y forzado de su anterior filme.
Pero junto con este último, también se trata, posiblemente, de la película más
alejada de aquello que había venido caracterizando más a su cine. Ello no es
una nota directamente negativa, pero digámoslo de otra manera: yo echo en falta
que el austríaco vuelva a ofrecernos una de sus cáusticas películas sobre la
hipocresía de las clases medias y el derrumbe del confort de la civilización
europea.
Dicho esto, Amor es en verdad excelente. Y no diré
que podría haberla dirigido otro, porque tampoco es así: se distingue perfectamente
a Haneke tras ella. La dirección es espléndida, plenamente suya, y muy visible,
poderosa; hace avanzar el relato a partir de escenas cortas e intensas. Se
adueña con maestría del único escenario hasta el punto de hacernos sentir lo
bien lo conocemos nosotros también; tiene hasta un punto de acogedor. El
dominio del tiempo es soberbio, y es admirable su tendencia a incluir secuencias
breves (pese a que también sabe hacerlas elegantemente largas, como la
penúltima y conclusiva), cortando en el momento preciso, cargado de significado
narrativo. Los actores de lujo, entre los que incluyo a Isabelle Hupert, no
podían estar más en su salsa y no tienen ninguna dificultad para fundirse
estupendamente con la película, y aun así, brillar con luz propia.
En cuanto al
tema en sí mismo, Haneke escoge el tratamiento ideal. En realidad, resulta que
lo hace tan bien, que lo último por lo que Amor
destaca es por ser una defensa de la eutanasia; si es que lo es, cosa que
yo no veo tan obvia, y que francamente no creo que importe. La película es muy
transparente, va a lo que va, y sin aspavientos. Por ejemplo, no utiliza más
música que la del piano que tocan los personajes. Es bastante más realista que
sensiblera, quizás incluso un poco áspera, lo cual es perfecto, porque se
disfruta mucho más como cine y deja ver mejor sus virtudes como filme, a eso me
refería antes cuando decía que la dirección de Haneke es palpable. Y no por
ello deja de ser una historia triste y emotiva, pero contada con distancia,
respecto y tacto. Me atrevo a añadir que ni siquiera produce tanta impresión
como insistían algunos medios de comunicación, o como se la ha vendido un poco
en la publicidad. Y es que la vejez no es ninguna tragedia fuera de lo común,
sino el desenlace de la inexorable cotidianeidad. Muchos de nosotros ya hemos
observado en nuestros mayores historias casi idénticas a las de la película.
Haneke no pretende que la suya sea espectacular, sino solamente una más.
Acierta.
Puntuación: 4/5