30 de abril de 2012

Impacto (Brian De Palma)


[Blow out, 1981, Brian De Palma]

Es divertido ver cómo se mueve de un lado a otro Brian De Palma en sus filmes, picoteando cosas de aquí y de allá,  para acabar llevándolos sin embargo totalmente a su terreno. "Impacto" es una de sus películas más corrientes, que no pertenecen a ese grupo de obras suyas tremendamente inspiradas y con un arrebato visual del que pocos son capaces, pero donde es perfectamente identificable, y para quienes nos divierte el cine bastardo y atrevido de De Palma, bien disfrutable. 


 Jack Terry (John Travolta),  técnico de sonido en producciones de serie Z, presencia un accidente de coche mientras grababa vientos nocturnos. El auto cae al agua y Jack salva a una ocupante, la maquilladora Sally (Nancy Allen), mientras que el otro muere y resulta ser el gobernador del Estado. Jack pronto se da cuenta de que había una conspiración de por medio y a partir de los sonidos del accidente, que ha grabado, trata de descubrir la verdad. 





Lo mejor de “Impacto” es precisamente su profundo descaro a la hora de poner en marcha la coctelera, y cómo además lo hace con estilo y picardía. El propio título de la versión original, "Blow out", (que se refiere a la explosión del neumático que causa el accidente) ya es una deformación intencionada de "Blowup", película de la que parte De Palma para organizar la trama criminal. A partir de ahí  crea un muy entretenido thriller, de desarrollo tan manido como personalizado. Solo contra el mundo, Jack está empeñado en demostrar la verdad, pero la policía le ignora, y le cuesta convencer a Sally puesto que ella estaba implicada en el accidente. Lo que comienza siendo una investigación sobre un posible complot político a gran escala, sin embargo, Brian De Palma lo tira por la borda y se centra únicamente en lo que le interesa: el asesino que quiere liquidar los cabos sueltos. La película termina con una gran exhibición de ese morbo que le encanta a De Palma, una secuencia de persecuciones en la que Jack intenta encontrar al asesino antes de que mate a Sally.




“Impacto” está llena de detalles depalmianos que la hacen especial: una atmósfera ochentera que incluye Travolta repeinado y banda sonora, bellezas rubias en peligro, luces rojas por todas partes y referencias metacinematográficas tan burdas como encantadoras, como el continuo uso de las cámaras y los radiocasetes en la investigación o la relación de Jack con ese cine de serie B del que bebe la propia película. Para los que no se indigestan con el pupurri que representa unir a Antonioni con el giallo, pasando (naturalmente) por Hitchcock, "Impacto" es un buen plato de sobremesa, aderezado con algunas tomas cenitales magníficas, marca de la casa, y un travelling circular genial y absolutamente loco. 

Puntuación: 3 de 5



27 de abril de 2012

Happy people (Dmitri Vasyukov & Werner Herzog)


[Happy people: A year in the taiga, 2010, Dmitri Vasyukov & Werner Herzog]

Había comenzado esta entrada hablando de lo insaciable e incansable que es Werner Herzog, de cómo sus películas documentales (no las he contado, pero diría que más numerosas que sus películas de ficción) reflejan que tras ellas hay un gran aventurero, enamorado del mundo, la naturaleza y la vida y deseoso de viajar a todos los rincones del planeta para mostrárnoslos en la pantalla. Pero tras indagar un poco, me tengo que morder la lengua en lo que a “Happy people” se refiere.



Que conste que me encanta Herzog, sin duda alguna un fabuloso documentalista al que es imposible quitarle mérito alguno. Se ha desplazado y adentrado en territorios inexplorados a cada cual más pintoresco, desde la selva de Guyana hasta la Antártida pasando por las cuevas rupestres de Chauvet en Francia, retratando sus viajes en películas de gran tranquilidad y belleza. Pero al césar lo que es del césar: Werner Herzog no ha pisado la taiga siberiana ni ha dirigido realmente “Happy people”.

Dmitri Vasyukov (1958) trabajó muchos años como asistente de dirección en los estudios Mosfilm y se pasó al mundo de la publicidad en los años 90. Hacia 2003, un amigo suyo le propuso hacer un documental sobre un pueblo de la taiga, la gigantesca masa boscosa que se extiende por toda Siberia. Concretamente, Bakhta, una localidad de 300 habitantes a la orilla del río Yeniséi, en el puro centro de Rusia. La filmación duró un año entero y el producto final (2008) fue una película de casi cuatro horas, que fue estructurada en forma de miniserie con cuatro episodios: primavera, verano, otoño e invierno. El título, “Schastlivye lyudi” (Gente feliz), hace referencia a un modo de vida casi prehistórico, completamente alejado del modelo occidental. Sin embargo, ningún distribuidor pareció interesarse por ella hasta que Werner Herzog le echó un ojo y quedó encantado. Telefoneó entonces a Vasyukov y le sugirió “producirle” una versión internacional que iría co-firmada por él. Con el título “Happy people: a year in the taiga”, la película fue reducida a una versión de 94 minutos, aunque conservando la separación según las cuatro estaciones. La banda sonora musical fue sustituida por una nueva, todas las voces de los personajes dobladas al inglés, y el narrador, Vasyukov en la versión original, es el propio Herzog (como es habitual en otros documentales suyos). El resultado es una película que indudablemente tiene la impronta de Herzog, que supervisó todo el nuevo montaje, y que ciertamente es más visible y tiene un tempo mucho más adecuado que la versión de 220 minutos. 


Bien, aclaradas las cuestiones burocráticas, “Happy people” es una hermosa película, cautivadora y elegante. Aunque se centra en el pueblo de Bakhta, más concretamente los protagonistas son los cazadores, a quienes va dedicado el título. La cámara los sigue esencialmente a ellos, cómo durante la primavera y el verano construyen sus cabañas de caza, esparcidas por la inmensidad de la taiga, tallan en madera sus esquís y sus canoas, y preparan las trampas tan ancestrales como sofisticadas. Durante todo el invierno vuelven a recorrer el mismo bosque cazando y recogiendo las presas capturadas. También hay secuencias que retratan a la población nativa de la zona, de la que quedan pocos representantes, y a otros habitantes del pueblo. 

“Happy people” es un documental de corte muy clásico, y en realidad lo mejor que tiene es su propio material de partida. No por ello dejamos de reconocer la ardua labor de Vasyukov y su equipo filmando a 50 grados bajo cero, pero son la taiga siberiana con sus interminables bosques, el espectacular deshielo del Yeniséi, el palpable sabor a exótico pero visiblemente auténtico de la Rusia más primitiva y rural que nos traslada completamente a otra época… lo que de por sí deslumbra al espectador. En otras palabras, es difícil, incluso sin arriesgar demasiado, no hacer un buen documental sobre un lugar tan maravilloso y virgen como el corazón de Siberia.


 



Puntuación: 3,5 / 5

Lo mejor: parece mentira que un documental sobre indígenas y naturaleza, algo que suena tan vulgar, pueda ser tan entretenido y agradable de contemplar.

Lo peor: no he visto el montaje original (que ahora sí está disponible en versión rusa), pero posiblemente el de Werner Herzog es más sintetizado y muy redondo. Sin embargo, considero un terrible desacierto doblar las voces de los personajes al inglés, al estilo de los reportajes de TV. Si casi siempre en cine es preferible la versión original subtitulada, aún más en un documental donde la veracidad y el realismo que ha de transmitir son todavía mayores. Asimismo, me parece que la voz del narrador (Herzog, aunque no sé si es una mera traducción de la original de Vasyukov o si añade texto propio) es en algunos momentos sobreexplicativa e innecesaria.

22 de abril de 2012

El empleo (Ermanno Olmi)


[Il posto, 1961, Ermanno Olmi]

Ver una película como “El empleo” en los tiempos que corren no podría ser más adecuado. A pesar de los cincuenta años que nos separan de ella, es de una actualidad hiriente y deprimente, aunque el contexto no sea exactamente el mismo (posiblemente, el actual sea peor...). El segundo largometraje del prolífico Ermanno Olmi narra cómo el hijo mayor de una familia de clase baja trata de conseguir un puesto de trabajo en la gran ciudad. Tras verse obligado a abandonar los estudios - se necesita el dinero en casa para pagar la escuela del hermano menor -, el jovencito Domenico se prepara para unas pruebas de admisión en una gran compañía de Milán. 


"El empleo" es un filme de tintes neorrealistas, lo que sorprende dado que su año de producción (1961) queda ya un poco alejado del período en que se enmarca esta corriente cinematográfica. Sin embargo, presenta algunos cambios respecto a las características básicas de esta última. Por ejemplo, no hay referencias visuales ni textuales a la guerra, que suele ser el punto de partida del neorrealismo italiano, ni tampoco una plena alusión a la situación de pobreza y miseria del país, en la que normalmente están envueltos los personajes. En "El empleo" vemos una ciudad (Milán, y no Roma como suele ser más habitual) ya sumida en una recuperación económica vertiginosa: las grandes empresas ya se han arraigado en el sistema, se construyen nuevos y modernos edificios y las tiendas, restaurantes y cafeterías funcionan a todo vapor. La película permite vislumbrar así el inicio de ese capitalismo salvaje que por desgracia tan bien conocemos hoy. Pero muestra también la otra cara de la moneda, encarnada por los dos jóvenes protagonistas, apenas mayores de edad: Domenico y Antonietta, provenientes de los suburbios y que buscan un trabajo para ayudar a sus familias.



La corporación donde Domenico prueba suerte está retratada con deliciosa mordacidad, acidez y veracidad. Las escenas de las entrevistas son tan humorísticas como patéticas, y con una malsana atmósfera kafkiana. Un montón de candidatos de diferentes perfiles y edades se hacinan en una pequeña sala a la espera de que les llamen para las pruebas. La primera de ellas es resolver un estúpido y sencillo problema de matemáticas; "tienen una hora", les dice solemnemente el examinador. ¿Es un gag cómico, o es una triste evidencia de la solemnidad y la importancia que se concede a las tareas más nimias que a menudo tantos trabajadores deben desempeñar a diario? Posiblemente ambas cosas. Las pruebas continúan con un surrealista examen médico: "muevan los dedos imitando el movimiento de desenroscar una bombilla", y con una serie de preguntas personales al estilo de "¿te orinabas en la cama entre los 8 y 14 años?" o "¿bebes habitualmente para olvidar tus problemas?". Finalmente Domenico pasa una suerte de entrevista con un directivo, que no lo mira una sola vez durante el transcurso de la misma, y le dan un puesto de ayudante del mensajero, ya que no hay vacantes de oficinista. En la segunda mitad de la película la cámara se traslada a la vida interna de la empresa, sus empleados grises y aburridos y la interminable y absurda burocracia que todo lo gobierna. Vemos a un hombre jubilado que continúa yendo cada día a la oficina, sentado en un banco hasta que suena el timbre, y a oficinistas peleándose por ocupar el pupitre más cercano al jefe cuando se produce una baja (ese es el único cambio que pueden aspirar a lograr, y el único significado que la palabra "ascenso" tiene pare ellos). La nota más trágica la aporta esta última secuencia: se sugiere que ese empleado se ha suicidado, tal vez por tener un mínimo de aspiraciones creativas (estaba escribiendo una novela) que lo han llevado a la desesperación. Domenico ocupa su lugar, y la película cierra con un plano suyo con la mirada perdida desde el fondo del escritorio del despacho sin ventanas.

 

Al margen de esta radiografía de la empresa moderna, y paralelamente a ella, Ermanno Olmi desarrolla los encuentros de Domenico y Antonietta. Se conocen en las pruebas y pasan una tarde paseando juntos, pero luego Domenico pierde su rastro cuando empiezan a trabajar, ya que ella es asignada a otro departamento. Se pasa los días esperándola a la puerta de la oficina, aguantando la lluvia y el mal tiempo, hasta que un día que la ve salir va acompañada de otros chicos y por vergüenza no le dice nada. Finalmente se las arregla para encontrársela en los pasillos, y ella parece reprocharle que no la haya buscado. Le sugiere ir a la fiesta de empresa por Nochevieja, a la que Domenico acude expectante, pero Antonietta no aparece, y él termina sentándose a la mesa con una pareja mayor que quiere beberse su botella de champán y bailando con la mujer a la que no quiere nadie. Aunque esta trama no tiene tanto interés ni originalidad,  conforma una delicada e incipiente historia de amor, un bello y nostálgico contrapunto al humor negro del resto del filme.

Puntuación: 4 / 5

Lo mejor: la excelente combinación entre una visión amarga de la mortífera sociedad laboral y esas pinceladas, ese esbozo de tímido enamoramiento.

Lo peor: que siendo de 1961, la película no apueste por un registro más moderno en cuanto a dirección y puesta en escena.

18 de abril de 2012

El conformista (Bernardo Bertolucci)




[Il Conformista, 1970, Bernardo Bertolucci]

Italia, años 30. Marcello Clerici, un joven timorato y pusilánime de la decadente clase adinerada, se une a la policía secreta fascista. Le asignan una misión: asesinar en París a Luca Quadri, su antiguo profesor de la universidad, de ideología comunista. Aprovechando su viaje de luna de miel con su infantil esposa Giulia, Marcello se pone en contacto con Quadri y conoce también a la mujer de éste, Anna, de la cual se enamora.

"El Conformista" es una película soberbia, redonda, repleta de temas, elementos, tramas y personajes, lo tiene absolutamente todo y no le sobra absolutamente nada. Es grandiosa, fascinante, épica, romántica al tiempo que oscura, lúgubre y amenazadora. Es difícil comenzar a analizarla porque destaca en todas sus facetas, que conforman un impresionante y profundo relato, perfecto cinematográficamente, pero especialmente en cuanto a relato en sí. En otras palabras, el cine como herramienta para contar historias en su sublimidad.

El guión es del propio Bertolucci a partir de la novela de Alberto Moravia, respecto a la cual contiene algunos cambios significativos. El contenido ya es muy atractivo por sí solo, comenzando por el contexto: una historia ambientada en la turbulenta y cambiante Europa de entreguerras. Pero además la personificación de ese contexto en el personaje de Marcello (Jean-Louis Trintignant) es estupenda, compleja y densa. Giulia (Stefania Sandrelli) y Anna (Dominique Sanda), las dos mujeres que rodean al protagonista, lo apuntalan espléndidamente y son también en sí mismas figuras resplandecientes y delineadas a la perfección. Bertolucci va construyendo el filme en torno a Marcello, y lo hace con una genial estructura narrativa en la que usa flashbacks de diferentes maneras. La película empieza con una llamada telefónica nocturna que Marcello recibe en su hotel en París, y acto seguido lo recoge en coche Manganiello, otro agente fascista, para ir a finiquitar la operación del profesor Quadri. Durante el trayecto se van sucediendo los flashbacks que explican la historia desde el alistamiento de Marcello en la policía fascista hasta llegar al momento presente, aunque no siempre en orden estrictamente cronológico puesto que se incorporan también flasbacks sobre la infancia del protagonista.

Marcello es un personaje sumamente fascinante, tan cautivador como desagradable. El paradigma perfecto de la tibieza, la indiferencia y la cobardía. Inspira compasión y lástima a la vez que repulsión. Ya de niño era maltratado por sus compañeros de escuela, quizás por su procedencia de clase alta. En uno de esos episodios, es "rescatado" por un chófer que terminará abusando de él. Estas secuencias que revelan su pasado más temprano dejan claro que es un individuo pobre, triste, silencioso y dominado por su entorno. Ya en su vida adulta, Marcello sigue siendo débil e incapaz y rodeado de gente enfermiza, como su madre, que se marchita en la vieja mansión familiar consumiendo morfina, o su padre, encerrado en un manicomio. Decide contraer matrimonio con su prometida, Giulia, una joven alegre y cantarina pero pueril y aniñada. Y decide unirse a la policía secreta fascista. ¿Por qué? Es un misterio. Como bien dice el interlocutor que lo entrevista, "algunos lo hacen por temor, otros por dinero, muy pocos por fe en el fascismo, pero usted no". Y Marcello no responde. Ese es su conformismo “activo”, que le mueve a hacer cosas que ni quiere ni en las que cree, por aburrimiento, insatisfacción, repugnancia de sí mismo, como casarse con Giulia o aceptar una misión de asesinato. En su luna de miel por Francia, cuando establece contacto con el profesor Quadri, conoce a Anna, con la que se encapricha (le recuerda a una prostituta con la que estuvo una vez; la veracidad de esta afirmación queda en el aire). “Tengo amigos en Brasil, si vienes conmigo lo abandonaré todo”: le asegura Marcello, una promesa tan vacía e impotente como aparentemente arriesgada. Lo insólito es que Anna le corresponde en cierta manera; igual que a nosotros, el desgraciado y patético Marcello le da asco, ella sabe que es un espía fascista, y aun así se deja arrastrar por él. Esta reacción de Anna, suicida y desesperada, conduce al amarguísimo final en la carretera (retomando la línea cronológica con la que empieza el filme) donde Marcello queda retratado en el momento más brutal y desgarrador de la película. Hay todavía un epílogo, que transcurre unos cuantos años más tarde, en donde tenemos un último atisbo de la decadencia y la destrucción moral absoluta de Marcello, justo después de la caída de Mussolini.


Pero si la monumental historia que narra “El conformista” ya es extraordinaria, no lo es ni un ápice menos la puesta en escena de Bertolucci. La tenebrosa recreación de la Italia y Francia de los años 30, el enorme partido que saca de los primeros planos de unos rostros únicos, la música triste y dulce que mece los paseos de los personajes por entre los diversos escenarios. Y un nombre que brilla con nombre propio, el del director de fotografía Vittorio Storaro. Premiado por su trabajo en "Apocalypse Now" o algunas superproducciones del propio Bertolucci, de quien es colaborador habitual, firma un trabajo deslumbrante de principio a fin. "El conformista" es una película de la que es imposible no enamorarse por el poder arrebatador de todas y cada una de sus imágenes, que se graban a fuego en las retinas. Es necesario ver una copia bien restaurada para intentar disfrutar al máximo de esa luz que entra por los ventanales de los gélidos edificios fascistas o por las cortinas de la casa de Giulia, del sol que caprichosamente baña el compartimento del tren que lleva a la pareja recién casada a París, de los días nublados y melancólicos que se ciernen sobre la vieja Europa, de la belleza de las mujeres y de la mirada hipnótica y vidriosa de Marcello.


“El Conformista” es una película total que, como hemos dicho, contiene todo. Política, retrato social, religión, historia. Viajes, bailes, asesinatos, persecuciones, bodas. Amor, traiciones, infidelidades, pasiones, sexo, obsesiones, traumas, recuerdos, confesiones. Cine de éxtasis, de goce absoluto. Obra maestra obligatoria, imprescindible.

Puntuación: 5 / 5

10 de abril de 2012

Secret honor (Robert Altman)

[Secret honor, 1984, Robert Altman]

Un buen número de veces es desconcertante tener que valorar películas que a todas luces parecen diseñadas para un escenario con telón y no para las cámaras. Utilícese el apelativo "teatro filmado" si se quiere, algo que puede llegar a ser despectivo. Nadie va a poner en duda que el teatro ha dado lugar a películas y adaptaciones magníficas, tanto como cualquier otro género literario, sin desmerecer ni un ápice su origen y con pleno aprovechamiento de las posibilidades que ofrece la puesta en escena cinematográfica. Pero es cierto que algunas piezas para teatro son mucho más parcas y minimalistas que otras, sus componentes están reducidos al mínimo y una película hecha a partir de ellas puede quedar muy coja. Este es el gran problema de “Secret honor", una obra en un solo acto, que tiene lugar en un solo espacio, y con un solo personaje recitando un monólogo. En circunstancias parecidas, y sin más trama ni acción que el puro texto, otras películas han logrado ser estupendas, como "Función de noche" de Josefina Molina (aunque con dos actores), y ampliando un poco el espectro, "La soga" de Alfred Hitchcock o las diversas versiones de "Doce hombres sin piedad".

El libreto escrito por Donald Freed y Arnold M.Stone fue llevado a la gran pantalla por Robert Altman, que debió hacer su película más relajante y fácil de filmar (en un despacho de la Universidad de Michigan), y en el estelar papel protagonista está Philip Baker Hall. Encarna a Richard Nixon, el 37º presidente de los Estados Unidos, en algún momento posterior a su caída en desgracia. La película transcurre por entero en su gabinete, en el que Nixon graba en un radiocasete una especie de memorias en las que realiza una revisión de varios episodios de su vida política, como congresista hasta presidente pasando por su periodo de vicepresidente de Eisenhower. El filme se permite licencias, es más una ficcionalización que un intento de biopic, pero en esencia alude a hechos reales de la vida del Nixon auténtico.

Si “Secret honor” quedará enterrada en la enorme filmografía de Altman no es solo por su carácter inherente de película menor, sino porque además comete varios errores. El que más salta a la vista, aunque más que un error es un serio impedimento para un ancho sector del público, es la multitud de referencias y alusiones a la historia y la política norteamericanas del siglo XX. Más allá de Kennedy, Castro o Kissinger, en el monólogo de Nixon se suceden constantemente nombres de personajes y menciones a hechos y eventos que a un espectador no estadounidense (incluso mínimamente ilustrado) le suenan a chino. Obviamente, ya que la película es una particular revisión de la trayectoria y la vida de Nixon, todos esos detalles son imprescindibles y el texto prácticamente se sustenta en ellos, de modo que deja muy poca cosa a la que agarrarse.

Philip Baker Hall, convincente como está y mostrando un evidente carisma escénico, cae en una serie de irritantes tics (tal vez impuestos por el guión) que desgraciadamente lastran su interpretación. La película muestra a Nixon emborrachándose con whisky, con lagunas de memoria, que continuamente se va por las ramas y pierde el hilo de lo que dice. Demasiadas veces no acaba sus frases, cambia repentinamente de un tema a otro, tartamudea sin cesar y escupe insultos. Lo que podría ser un simple elemento de caracterización del personaje acaba siendo francamente una dificultad para comprender y seguir el ya de por sí nada fácil discurso de Nixon. Y finalmente, tampoco la planificación y el uso de la cámara resultan los más acertados. La gran presencia actoral de Baker Hall habría facilitado rodar la película en una sola toma, o al menos reducirla a las mínimas posibles. Sin embargo, hay continuos saltos de cámara y cambios de plano (enfocando a veces a cuadros del despacho o a las pantallas de circuito cerrado del despacho), muchos de ellos innecesarios y que destruyen la elegancia visual que de lo contrario la película podría tener. Definitivamente, Robert Altman, que siendo uno de los mejores cineastas norteamericanos de todos los tiempos hizo bastantes obras mediocres, no tiene en "Secret honor" ninguna de sus peores películas, pero sí probablemente una de las más prescindibles e insignificantes.

Puntuación: 2,5 / 5

Lo mejor: la brutalidad y sinceridad de algunos momentos de la interpretación de Philip Baker Hall.

Lo peor: el poco interés y el poco gancho que tiene la película para los no forofos de Richard Nixon.