28 de febrero de 2012

Take Shelter (Jeff Nichols)

[Take Shelter, 2011, Jeff Nichols]

Magnífico descubrimiento ha supuesto para mí "Take Shelter", construida sobre una premisa un tanto arriesgada. Un hombre tiene sueños sobre el fin del mundo, ¿se está volviendo loco, o tendrá razón? Se trata de un argumento que, con diversos enfoques, ha sido utilizado con resultados muy pobres. Por citar dos casos que me vienen a la cabeza, lejanos pero innegablemente relacionados, ahí están “El maquinista” de Brad Anderson o “Shutter Island” de Scorsese, sobre un personaje que podría ser psicológicamente inestable… o no.

“Take Shelter”, que fundamentalmente es un drama psicológico, puede ser perfectamente considerada una película de terror, un terror muy sutil, invisible, de sensaciones latentes, de expectativas, que juega a provocar al espectador. En ese sentido, recuerda mucho a ciertas películas de Shyamalan, como por ejemplo "Señales" (con la que incluso guarda parecidos concretos innegables, como la escena del refugio o la misma banda sonora): toda su fuerza se basa en especular sobre algo que puede ser verdad o puede ser mentira. El truco es bien sencillo y no hay lugar para grandes cavilaciones o teorías. Pero Jeff Nichols, como un talentoso prestidigitador, juega hábilmente su única carta y mantiene al espectador enchufadísimo hasta el último segundo de película.

Hay muchas cosas a alabar en "Take Shelter". Una de las más gratificantes es la naturalidad de su ambientación clásicamente americana. Familia de clase media-baja, lo que en Estados Unidos significa una agradable casa a las afueras de una población rural en Ohio. Él es operario en el sector energético, ella vende productos hechos a mano en los mercadillos. Tienen una hija autista, dos coches, un perro. Nichols no permite que la puesta en escena de su historia desprenda tufo a teleserie, como fácilmente podría, ahorrándose escenitas triviales y costumbristas, consiguiendo un verdadero realismo pese a que estamos bastante familiarizados con este tipo de espacios y personajes. En segundo lugar, se centra con mucho acierto en la figura del protagonista, Curtis, interpretado por un Michael Shannon absolutamente absorbente, que pese a la falta de lógica de sus acciones y la leve irritación o exasperación que consecuentemente provoca en el espectador, consigue con él una profunda empatía, simpatía y compasión. Pero en conjunto lo mejor es su estupenda narración, sin fisuras, llevada con mano de hierro y sin efectismos baratos (exceptuando las escenas de los sueños, un tanto serie-B), que conduce magistralmente la tensión de forma ascendente hasta un final sorprendente y ambiguo.

Puntuación: 4 / 5

25 de febrero de 2012

Hunger (Steve McQueen)

[Hunger, 2008, Steve McQueen]

La ópera prima de Steve McQueen (que ahora estrena “Shame”, su segunda película) lo convirtió en el director revelación en muchos festivales, aunque se ha resaltado mucho el hecho de que tiene a sus espaldas una reconocida carrera como creador de videoarte. Seguramente por eso, su debut cinematográfico, un drama carcelario sobre el conflicto de Irlanda del Norte, no sigue un estilo documental ni adopta una perspectiva histórico-política. “Hunger" se basa en un hecho real, la huelga de hambre de varios presos del IRA encabezada por Bobby Sands en 1981. Pero por encima de este relato, es un soberbio ejemplo de aprovechamiento de elementos audiovisuales. Valga la redundancia: imágenes, sonidos, texturas, luces, silencios.

La película se divide en dos partes. La primera muestra las durísimas condiciones de los presos republicanos en la cárcel. La violencia física es un recurso imprescindible, pero no el único, y tampoco es abusivo. La película no se recrea en detalles, no es machacona ni escabrosa, sino que selecciona muy cuidadosamente lo que quiere enseñar. Los diálogos son casi inexistentes, las tomas y planos largos y delicados. Los presos del IRA, que reclaman “estatus político", no quieren llevar los uniformes y van desnudos, embadurnan las paredes de las celdas con sus excrementos, orinan en el pasillo y se niegan a asearse. Aunque Bobby Sands es el personaje central, en el primer acto nadie acapara demasiado protagonismo. Y no solo se nos habla de los presos, sino también de los guardias. En realidad, la película empieza mostrando a un carcelero en su casa. Se levanta por la mañana y hunde sus manos en agua caliente: están llenas de heridas provocadas por los puñetazos que asesta a los presos. Se dispone a ir a trabajar, comprobando primero que no tenga ninguna bomba adherida al coche. Más que reflejar al carcelero como un torturador, en "Hunger" existe una visión global de la sangrienta guerra del terror norirlandesa que afecta a todos por igual, y se busca una identificación entre todos sus actores. El carcelero es otra víctima más del odio y del terror. A mitad de la película, cuando visita a su madre en el asilo, un pistolero del IRA le descerraja un tiro en la nuca. En una escena en que un grupo de policías armados con cascos y escudos apalea a los presos, se ve a uno de los primeros llorando y escondido tras una pared. Esta primera parte es una gran ilustración general, visual y sonoramente visceral, del conflicto de Irlanda del Norte vivido desde una cárcel.

La segunda parte se vuelve más personal y pasa a tener un protagonista claro, Bobby Sands (Michael Fassbender), que decide iniciar una huelga de hambre para reivindicar los derechos que piden los presos del IRA. Tiene lugar una larga conversación entre él y un sacerdote republicano, que prácticamente acapara todo el diálogo de la película. Es una escena de enorme fuerza, rodada casi en su totalidad en un único plano de 18 minutos de duración; un impecable ejercicio de narrativa, muy bien estructurado, con autonomía propia: podría ser perfectamente una película independiente. Y finalmente, “Hunger” lleva al espectador a contemplar hasta el final la autodestrucción de Bobby Sands a través de su huelga de hambre, con un ritmo más pausado, en consonancia con la agonía del prisionero.

No puedo comparar “Hunger” con los trabajos de vídeo de Steve McQueen, puesto que no los conozco, pero salta a la vista el amor del director británico por un cine que se expresa con sus imágenes, que las relaciona, que las teje entre sí. Las heridas del carcelero, las llagas de Bobby Sands y su cuerpo decrépito y consumido, las palizas de los policías, los excrementos de los presos. A través de todos estos elementos que giran en torno al organismo humano, "Hunger" es una película sobre el terrible desgaste del mismo cuando se lleva al límite, y en cierta manera, sobre el desgaste de la propia civilización en contextos como el del conflicto que se vivió en Irlanda del Norte durante décadas.


Puntuación: 3,5 / 5

Lo mejor: un drama carcelario poco corriente, sin cháchara, que transmite lo máximo con lo mínimo.

Lo peor: McQueen no puede o no quiere evitar que "Hunger" trascienda un agresivo contenido político, tendencioso para bien o para mal.


22 de febrero de 2012

La cruz de hierro (Sam Peckinpah)

[Cross of Iron, 1977, Sam Peckinpah]

Cada vez me da más pereza el cine bélico y me cuesta encontrar filmes que destaquen y presenten algún rasgo de originalidad. Pero además, otra cosa que me suele chirriar en las películas americanas es cuando se ponen en la piel de los alemanes. No solo por la falta de credibilidad que inevitablemente conlleva, sino por el mensajito que suele traer consigo: los soldados nazis eran tan humanos como los demás, simplemente fueron arrastrados a la guerra por sus fanáticos líderes. En mi opinión, cuando se intenta reflexionar y hacer memoria sobre la participación de una nación en un conflicto bélico, es muy necesario que esa reflexión, para ser honesta y natural, provenga de la propia nación, que tenga sus raíces en ella. No tendría el mismo sentido ni la misma voluntad una película francesa que una americana sobre la intervención de Estados Unidos en Oriente Medio, ni vendría muy a cuento una película japonesa sobre las guerras de los Balcanes. A este respecto, cito dos ejemplos de cine de Hollywood protagonizado por soldados alemanes: "El baile de los malditos" ("The young lions") de Edward Dmytryk o “Tiempo de morir, tiempo de amar” de Douglas Sirk, que caen más del lado del melodrama (su vertiente más rescatable) pero son francamente débiles como películas bélicas.

Aunque no se cuenta entre sus mejores obras, Sam Peckinpah sale muy airoso de su particular incursión en el género protagonizada por un grupo de soldados del Tercer Reich. “La cruz de hierro" es su única película bélica propiamente dicha, y como es lógico, se adapta perfectamente a su manera de hacer cine. En otras palabras, es un western (el género peckinpahiano por excelencia) ambientado en la Segunda Guerra Mundial, que bebe de sus películas anteriores, y cuyo eco se puede ver (junto al de “Los doce del patíbulo” y otras) en "Malditos bastardos" de Tarantino (aunque con los protagonistas invertidos). El truco de "La cruz de hierro" es que se olvida de lo arriba mencionado y nos presenta a un grupo de soldados veteranos que luchan por su supervivencia y punto. Se ríen del Führer y no les importa la gloria de Alemania, pero Peckinpah no transforma eso en una valoración o reflexión sobre la naturaleza moral de los hombres y se queda únicamente con la visión del individuo deshumanizado por la guerra. En ese sentido, "La cruz de hierro" perfectamente podrían protagonizarla soldados rusos o británicos. En contraposición al héroe peckinpahiano, duro, rebelde, nihilista, violento pero compasivo, encarnado aquí en James Coburn y su batallón, está el personaje de Maximilian Schell, oficial y aristócrata, que ambiciona conseguir la condecoración de la cruz de hierro pero es un cobarde. Peckinpah opone al primero, que ama la lucha pero a quien le trae sin cuidado su causa, con el segundo, que ama la causa pero tiene miedo de luchar. En el fondo, "La cruz de hierro” es una buena muestra más del cine de Peckipnah, cargada de su enorme impacto y efectismo visual y que regala unas estupendas secuencias de combate, violentas y realistas. Bayonetazos, tiros por la espalda a bocajarro, descargas de metralleta, cuerpos cayendo a cámara lenta - marca de la casa - y sangre, mucha sangre. Incluso humor negro, como una escena en la que un general nazi visita el hospital de heridos de guerra y le tiende la mano a un soldado, pero este le enseña un muñón. El general le tiende la mano izquierda, el soldado le vuelve a mostrar otro muñón, y socarronamente levanta la pierna para que se la estreche.

Puntuación: 3,5 / 5

Lo mejor: la despreocupación por no ser un juicio histórico de ninguna clase

Lo peor: la impresión de que hay demasiadas películas sobre la Segunda Guerra Mundial y cada vez cuesta más descubrir alguna interesante.

20 de febrero de 2012

El tren de las 3:10 (Delmer Daves)

[3:10 to Yuma, 1957, Delmer Daves]

Buen Western, en mayúsculas, de los que siendo poco espectaculares en su puesta en escena transmiten una gran sobriedad, madurez y una cierta melancolía. Los culpables, los actores: Glenn Ford como el pistolero criminal que ha de ser llevado a prisión en el tren de las 3:10, y Van Heflin como el granjero que lo escoltará hasta él para cobrar la recompensa.



Narrativamente bien construida (si acaso, al personaje de la mujer de Van Heflin, aunque necesario, le sobran sus minutos hacia el final), sin ninguna sorpresa de guión ni grandes tiroteos ni escenas de acción mantiene bien el suspense, regido en todo momento por el duelo de miradas (más que de diálogos) y la presencia en pantalla de Ford y Van Heflin. Delmer Daves a la batuta cumple más que sobradamente y nos regala un estilo visual poco común en los westerns cincuenteros.

Solamente el final, que no desvelo, resulta un poco decepcionante, y no cumple las expectativas que los minutos finales prometen, a medida que se acercan las 3:10 y el tren a la estación. Pero la película se paladea con gran placer y desprende un agradable sabor a Western a caballo entre el género más clásico y el más moderno y crepuscular que habría de venir en los 60 y posteriormente.

Puntuación: 3 / 5

Lo mejor: Glenn Ford, y en especial, su romance fugaz con Felicia Farr al principio de la película. Escena espléndida, maravillosamente intensa, triste, dulce y erótica al mismo tiempo.

Lo peor: El mencionado final

8 de febrero de 2012

En un lugar solitario (Nicholas Ray)

[In a lonely place, 1950, Nicholas Ray]

Revisar películas con el paso del tiempo es un ejercicio muy interesante. Es evidente que como espectadores vamos formándonos, creciendo y madurando a lo largo de los años, de manera que a menudo películas que antes nos parecían geniales ahora no nos lo parecen tanto, y por otro lado, nos sorprendemos al redescubrir, desde perspectivas completamente nuevas, películas a las que apenas prestamos atención en su momento.

Sin embargo, suele ser menos habitual que se mantenga prácticamente igual, tras su revisión, el juicio sobre un film que vimos hace mucho y que hemos olvidado. Es lo que me ha sucedido con "En un lugar solitario", de la que guardaba un gran recuerdo, pero completamente borroso. Al verla recientemente tirada de precio en Amazon decidí pedirla para refrescar por qué me había gustado tanto.

Dixon (Humphrey Bogart) es un guionista mediocre de Hollywood con una gran tendencia a la pérdida de control. Una joven resulta asesinada la misma noche en que ha estado en casa de Dixon, que se convierte en el principal sospechoso, pero su encantadora nueva vecina Laurel (Gloria Grahame) le proporciona una coartada. Así comienza un intenso romance entre los dos, pero que poco a poco se va ensombreciendo por el historial de violencia de Dixon y por las dudas que atenazan a Laurel acerca de su culpabilidad en el crimen. La película se puede dividir en dos actos; el primero viene a ser una gran presentación de los personajes: tiene lugar el asesinato, se conocen Dixon y Laurel, y se sientan las bases para su relación. El segundo es el desarrollo del conflicto hasta llegar al clímax final.

A medida que transcurría la película, no conseguía identificar qué me había atraído tanto de ella. Le cuesta algo despegar debido a que la primera parte se hace innecesariamente un tanto larga y con poco gancho para lo que ha de venir después. Por otro lado, no se pone suficiente énfasis en sugerir la posible culpabilidad de Dixon: funcionaría mucho mejor si el público tuviera realmente la duda (que no la tiene, puesto que la narración lo deja claro). Y finalmente, a sus arrebatos de cólera les falta un pelín de credibilidad. No obstante, todo queda muy subsanado por la desbordante presencia de los dos actores protagonistas, perfectos y completamente acertados en sus roles. La voz y las muecas amenazadoras de Bogart son efectivas, insustituibles, y Gloria Grahame, bueno, está muy guapa. Así, la tensión consigue crecer lentamente cuando Dixon le propone matrimonio a Laurel y ella no se atreve a negarse. Al principio, sus reacciones contra las sospechas que se ciernen sobre Dixon se basan en su amor por él. Laurel rechaza creer que es un hombre violento por naturaleza, pero cuando comienza a ser testigo de su furia, sus emociones se transforman. Ahora tiene miedo, miedo de decirle que no quiere casarse con él, porque saber que su propia mujer desconfía aumentaría la ira de Dixon. Las últimas escenas culminan la situación: Dixon ya ve claro que todos están contra él, y va a casa de Laurel y la descubre a punto de fugarse. Se desata el caos, Dixon está fuera de sí, trata de estrangularla. Y llega el momento sublime, el minuto final de la película. El comisario llama para decir que han cogido al verdadero asesino. Pero ya es tarde. Hasta ese momento, el amor de Laurel había subsistido, embestido por las dudas y por los temores, pero ella le quería y estaba dispuesta a seguir adelante. Solo necesitaba tiempo, pero él no se lo dio. Ahora, cuando Dixon queda libre de toda sospecha, y cuando el camino a la felicidad está despejado, el amor se ha desvanecido. Con lágrimas en los ojos, Laurel replica al comisario la magistral última frase de la película: “Ayer, esto hubiera significado tanto para nosotros. Ahora, ya no importa. No importa en absoluto”.

El final podría leerse, por ejemplo, como una crítica velada a la policía o el sistema judicial y al daño que pueden llegar a causar a una persona inocente (estilo "Falso culpable"). También, desde una visión muy actual, como un rechazo a la violencia de género (parece que ella está dispuesta a seguir amándolo, aunque planee huir, hasta que la agrede físicamente). Si bien algo de cierto tienen, me parecen interpretaciones un poco ridículas o rebuscadas. “En un lugar solitario” es más sencilla y grandiosa: es la trágica y desgraciada historia de un amor roto por caprichos del destino, por un hecho desafortunado, por un crimen casual y sus consecuencias, que se interponen entre los dos amantes, provocando una fricción creciente hasta llegar a un punto de no retorno donde todo desaparece.

Puntuación: 4 / 5

Lo mejor: por si no hubiera quedado claro: el minuto final

Lo peor: lo desmerecido que queda el resto de la película en comparación



6 de febrero de 2012

TOP-10 de 2011

En un ejercicio de reflexión y revisión, publico aquí las 10 mejores películas que he visto estrenadas durante el pasado 2011:

10) El topo (Tinker, Taylor, Soldier, Spy), de Tomas Alfredson

La enésima adaptación de John LeCarré pero con una interesante vuelta de tuerca. Un fantástico Gary Oldman, que anula con éxito su habitual histrionismo, encabeza un gran reparto de actores británicos que se comen la película. Descubrir quién es el topo acaba siendo lo de menos, y Alfredson hace un retrato gris, pesimista y descorazonador (igual que Martin Ritt en “El espía que surgió del frío”) de los pobres diablos implicados en los juegos de alta tensión política y bélica de los gobiernos internacionales. La lluviosa fotografía le viene a la atmósfera del film como anillo al dedo.



9) Cisne negro (Black Swan), de Darren Aronofsky

Un exponente del mejor cine comercial (y de Oscars) sin ir de "indie" ni de progre, con un argumento nada enrevesado y una puesta en escena de estructura clásica. La mejor película de Aronofsky huye de ser un dramón serio o la típica historia de superación personal para convertirse en un thriller psicológico, angustioso, obsesivo, y con mucha tensión y hasta cierta dosis de violencia y terror, en su justa y perfecta medida. La dirección y la fotografía, así como la tenebrosa banda sonora de Clint Mansell y el ballet de Chaikovsky, son estupendas y muy adecuadas… y francamente, Natalie Portman también.




8) Margin Call, de J.C. Chandor

Una visión feroz de los grandes tiburones de las finanzas, en un relato de 24 horas transcurridas en las desagradables entrañas de un banco de inversión. Película-mensaje, que apunta con el dedo a un culpable, sobre los orígenes de la crisis económica que vivimos. Sin embargo, más que la moraleja me interesa más la descripción de lo despiadado, duro y cínico que es el mundo de las grandes corporaciones. Evidentemente, nada nuevo, pero aquí está llevado con mucha frialdad - nada de dramatismo barato - rapidez y concisión, e incluso una cierta tensión narrativa. Kevin Spacey y Jeremy Irons le dan caché al brillante debut de este Jeffrey Chandor.



7) El ilusionista (L’illusionniste), de Sylvain Chomet

Magnífico homenaje a Jacques Tati, con guión original del genial cineasta francés. Un guiño muy nostálgico a los artistas de "varietés” (magos, mimos, payasos), desaparecidos hoy en día del mundo del entretenimiento, y una impresionante y emotiva relación entre el viejo ilusionista y la adolescente huérfana que él acoge. Gags humorísticos pero con profunda carga satírica (cien por cien Tati) mezclados con una historia tan increíblemente triste como hermosa y melancólica. La animación, que recrea un lluvioso Edimburgo, es el medio perfecto para este segundo largometraje de Chomet. Por cierto, la película es prácticamente muda, otro toque "tatiano" más, y otro acierto.



6) El árbol de la vida (The tree of life), de Terrence Malick

Una de las películas de más impacto del año incluso para el gran público ha sido “El árbol de la vida”. Y eso es lo que es, un canto a la vida a través de bellísimas imágenes y un ritmo narrativo que es como una galaxia en expansión, un río fluyendo por la montaña o un árbol creciendo bajo el sol. La primera media hora, por algunos criticada, es en mi opinión sublime, celestial, una muestra perfecta de maestría visual. La parte central se torna más convencional (liderada por un buen Brad Pitt) pero sin perder el tono de la película, y es en el final donde flojea y no sabe cortar a tiempo. En todo caso, nadie le quita a Malick su habilidad para hacer vivir al espectador auténticas experiencias en una sala de cine.




5) Le Havre, de Aki Kaurismäki

Un cuento enternecedor con dosis de simpático humor pese a la cierta tristeza que emanan sus fotogramas. La ciudad portuaria francesa es el marco de una historia de personajes populares que sobreviven como pueden en un ambiente de conformismo y aceptación de lo que la vida les depara. Los protagonistas son el viejo limpiabotas Marcel y un niño de color escondido ilegalmente en su casa, pero el resto de ellos son igualmente importantes en la pintura que delicadamente dibuja Kaurismäki. Un detalle: el inmigrante es el único joven. El resto, desde la mujer enferma de Marcel, hasta el comisario de policía que busca al chico, pasando por el elenco de vecinas y vecinos que ayudan a los héroes, son adultos envejecidos, con interminables experiencias y el paso de los años visibles en sus arrugas y sus miradas. El argumento es maravillosamente sencillo, y está lleno de momentos dulces y deliciosos (como el reencuentro de la pareja que hará un concierto benéfico). Pero Kaurismäki va un poco más allá y desafía la necesidad de pesimismo-realismo que el cine actual parece tener, regalándonos al final dos inesperados momentos de resplandeciente e inverosímil energía positiva que, lejos de dar al traste con la película, la culminan magistralmente con un toque de magia.



4) Habemus Papam, de Nani Moretti

De entrada tiene mucho mérito hacer una película sobre la curia vaticana y el Papa, ni más ni menos, y posicionarse equilibradamente en una posición neutral, sin el menor atisbo de anticlericalismo ni de propaganda religiosa. Bien, no es estrictamente cierto: Moretti se declara ateo, hubo un poco de runrún por parte de algunos sectores católicos, y "Habemus Papam" cae del lado más bien crítico para con la jerarquía vaticana o la propia fe. No obstante, los mecanismos de la película son muy contenidos y elegantes. En realidad, más que criticar o afirmar algo, se hace preguntas, plantea hipótesis. En este caso, la de un pontífice recién elegido que teme no poder estar a la altura de su responsabilidad. Nani Moretti desarrolla una comedia respetuosa, ligera pero agradable y efectiva, a partir de esa situación, a la vez que presenta la figura de una persona cualquiera, un abrumado Michel Piccoli (excelente en el papel) que reflexiona acerca la condición, la fragilidad y las dudas humanas, sobre las que se llega a una conclusión en el magnífico y doloroso final. Un grupo de vetustos cardenales protagonizan una lección de vida en la que es, revestida de un humor desenfadado e inocente, una de las mejores y más originales películas del año.



3) Misterios de Lisboa, de Raúl Ruiz

Un novela de Castelo Branco es el texto que alimenta este absoluto mastodonte cinematográfico, una película de más de cuatro horas con una puesta en escena apabullante. Se trata de un novelón histórico ambientado en los siglos XVIII-XIX, con una estructura folletinesca, en la que van desfilando multitud de personajes de la nobleza portuguesa, cuyos caminos van cruzándose entre sí y conduciendo a nuevas revelaciones sobre sus pasados y nuevos episodios sobre sus vidas. Es difícil explicarse como semejante material de partida puede aprovecharse tan bien, y eso quizás dé una idea de la calidad de esta película. O dicho de otra manera, “Misterios de Lisboa” trasciende la base culebronesca del guión para convertirse en un titánico ejercicio de cinematografía en carne viva. El gran pero es que su duración es realmente demasiado larga como para conformar una única unidad narrativa, y funcionaría mejor fraccionada en episodios (de hecho, existe una versión en forma de serie televisiva). Dejando esto de lado, es imposible no admirar la dirección del veterano y recientemente fallecido Raoul Ruiz, cómo desliza la cámara por entre los salones de baile, entre las paredes y estancias de los palacios, conformando unos espacios imposibles, con diversos niveles, en los que unos personajes no advierten la presencia de otros. Es un reto para todo espectador de hoy en día ver "Misterios de Lisboa" y comprobar lo moderna que es y lo atrapado que quedará por ella.



2) Melancolía (Melancholia), de Lars Von Trier

Si Lars Von Trier estuvo de moda hace algunos años, me da la impresión de que ahora está de anti-moda. Muchos le tienen manía y ven en su cine la expresión de su prepotencia y su vanidad. Sí, es posible que sus películas las reflejen, pero a mí me importa poco. Yo solo sé que cuando aparecieron los créditos finales de "Melancolía” me quedé hundido, aplastado, hecho polvo en mi butaca (nota: imprescindible verla en pantalla grande). De acuerdo, que si efectismo, que si manipulación emocional, pero qué diablos, señores, ¿no es el cine artificio y emociones? ¿Por qué no puede ser el fin del mundo tan bello, tan pictórico y melodramático como propone Von Trier? La parte de la boda me interesa mucho menos, a decir verdad, y sus trucos y carencias son evidentes (así como la gran parte de mérito que va para Wagner y su "Tristán e Isolda”), pero me encanta "Melancolía” porque es ni más ni menos que un torbellino audiovisual que, a estas alturas, todavía es capaz de arrollar al espectador, dejarle con la piel de gallina y llevárselo lejos, muy lejos de donde quiera que estuviera antes de que se apagaran las luces de la sala.


1) El niño de la bicicleta (Le gamin au vélo), de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Tras ser abandonado por su padre, un chico que vive en un hogar de menores es acogido por una peluquera durante los fines de semana. El último trabajo de los Dardenne es deslumbrante por su pureza y su frescura, por su intimismo y su familiaridad. Diríase que la pequeña historia que cuentan puede transcurrir - o transcurre - cada día en nuestro barrio, aunque los hermanos belgas la ambientan en los suburbios residenciales de clase media de su Valonia natal. Es asombroso el impacto y la fuerza de esta obra directa, sincera, de un naturalismo brutal, que sin embargo escapa al hiperrealismo y a cualquier tipo de crítica o mensaje. Thomas Doret, el joven protagonista, está impresionante, y a él tiene mucho que agradecerle el conjunto de esta pequeña enorme película que nos cuenta una pequeña enorme historia cotidiana. “El niño de la bicicleta” es un regalo en nuestras pantallas, de esos que nos recuerdan lo maravilloso y cautivador en su sencillez que es a veces el cine.